Colectivo Kaleidos: María Elissa Torres y Maka Suárez.
Foto de portada: Rosalía Vázquez.
Lenny nos cuenta que los primeros días estaban desesperadas. El ambiente en Guayaquil era de caos total, muchas compañeras de la UNTHA (Unión Nacional de Trabajadoras Remuneradas del Hogar y Afines) estaban perdiendo a familiares, vecinas y amigas a diario. A esto se sumaban los despidos sin indemnización y otras vulneraciones laborales, que no les sorprendían, pero aún así les llenaban de rabia. Sin embargo no podían dejarse ganar por la impotencia. Después de las primeras semanas de shock la UNTHA tomó contacto con la ONG Care, ubicada en Quito, para generar una campaña de recolección de alimentos, medicinas y otros insumos para su distribución en los barrios donde se encuentran lideresas de este sindicato. Monte Sinaí, la Juan Montalvo, Socio Vivienda 1, los Guasmos se han beneficiado de esta iniciativa, la UNTHA cuenta con un poco más 300 socias por lo que en la primera entrega de kits de alimentos y productos de primera necesidad se pudo llegar a 600 familias. A día de hoy este número sigue en aumento.
Situaciones similares se han vivido en ciudades como Esmeraldas, Lago Agrio, Quito y Cuenca donde colectivas e instituciones feministas que existían previamente se han adaptado rápidamente al nuevo contexto de aislamiento social y emergencia sanitaria para apoyar económica y emocionalmente a quiénes eran parte de sus organizaciones. Líneas de asesoría legal, psicológica y médica se comparten a diario por whatsapp, unas públicas, otras privadas. Las colectivas han crecido a modo de red, una mujer que ya es parte de la misma contacta a su vecina, puesto que sabe que necesita de apoyo, y esta a su vez contacta a su cuñada que también lo necesita, y así sucesivamente. Cada día llama o escribe más gente a consultar sobre posibles ayudas al mismo tiempo que se informan sobre los principios de estas instituciones: feminismo, cuidados, educación popular, antipunitivismo, economía social y solidaria; conceptos que comparten estas organizaciones de la sociedad civil (OSC) y desde donde luchan contra violencias y vulnerabilidades estructurales.
El cuidado colectivo, comunitario, en red, no son propuestas nuevas ni para el mundo, ni para el país. Así como tampoco es sorpresivo que las personas que ya estaban en condición de vulnerabilidad antes de la pandemia, sean las más afectadas hoy en día. Quesada, Hart y Bourgoisplanteaban en el 2011 que la vulnerabilidad estructural ataca a la agencia individual de las personas, nuestro género, nacionalidad, clase, edad, etc,. son marcos sociales que nos permiten (o no) ciertas elecciones. Estas condiciones limitan nuestra habilidad de tomar ciertas decisiones, dando opciones limitadas a la vida de cada persona por razones estructurales que van más allá de la agencia individual. Esto lo conoce bien Fernanda de Fundación Lunita Lunera, ONG ubicada en Esmeraldas (ciudad) y Lago Agrio, que trabaja especialmente con mujeres migrantes y empobrecidas. Antes de esta pandemia tenían varios proyectos, todos enfocados a generar una cultura de paz: difusión de Derechos Sexuales y Reproductivos, espacios de apoyo para personas en Movilidad, difusión de rutas de atención en casos de violencia de género y participación en mesas interinstitucionales con el Estado y Sociedad Civil. Sin embargo la precariedad de la vida siempre ponía la neta supervivencia como problema central de las mujeres con las que trabajaban.
Cuando llegó la emergencia sanitaria no tenían los recursos para hacer frente a la pandemia y sus consecuencias, recurrieron a la misma estrategia de la UNTHA, donaciones. Con el dinero recaudado se han comprado insumos únicamente en tiendas locales para fortalecer las redes comunitarias. Conocer el territorio por su previo trabajo ha sido vital no sólo para fines logísticos de distribución de insumos, sino para atender mejor y más específicamente las necesidades de cada persona, familia y barrio. Un proceso de formación de lideresas barriales que venía ocurriendo desde hace varios meses se ha puesto en marcha con éxito. Estas mujeres no solo están pendientes de las necesidades inmediatas de sus vecinas, sino que manejan las rutas (gubernamentales y comunitarias) de denuncia y prevención de violencia familiar. En zonas periféricas y de frontera no siempre hay como recurrir a una intervención policial o de fiscalía, es por esto que las lideresas están articulando estrategias barriales para frenar la violencia, estrategias que responden a contextos específicos, que ellas mejor que nadie conocen.
Paolina, concejala de Otavalo es parte del Comité emergente de vigilancia de Derechos de Mujeres durante la emergencia sanitaria del Covid-19 en Ecuador. Su apuesta política como mujer kichwa también es por el cuidado comunitario, hace énfasis en que quién ha nombrado a las comunidades indígenas como tales es el Estado blanco-mestizo. Ella propone que no hay que identificarse como indígena o vivir en la ruralidad para vivir comunitariamente. La vida en comunidad implica una mayor consciencia sobre lo colectivo, consciencia que priorice la reproducción y el cuidado de la vida humana y no humana, por lo que también puede (y debe) ser urbana. Como Lenny, Paolina reconoce que al inicio el miedo les mantuvo quietas, y con indignación vio como grupos antiderechos aprovechaban la coyuntura para desacreditar al feminismo y “disciplinar” nuevamente a la mujer. Para muchas este confinamiento en la casa ha significado retroceder en derechos previamente alcanzados, la casa se vuelve un espacio de disciplinamiento a través de los dispositivos de poder de siempre, el cuidado de hijas, de parejas, del hogar, la pérdida de contacto con amigas, familiares, vecinas y colegas. Por la precariedad de la situación se decidió que no había tiempo para la conmoción; rápidamente se activaron redes nuevas y antiguas en todo el país para acumular datos sobre violencia de género provenientes del Gobierno y de OSCs, mediante estos se han generado manifiestos y demandas específicas. Su presencia indica a todo el país que cientos de mujeres están atentas y organizadas.
Cuando estas mujeres nos hablan de cuidado no lo hacen desde una nostalgia pre-moderna o desde lo innato humano (Mol, 2008). El cuidado es necesario para la reproducción de la vida y por lo tanto se adapta a todas las coyunturas humanas, a las más precarias y a las más privilegiadas, en lo que suele coincidir es que recae sobre los hombros de las mujeres, consecuentemente siendo trabajo no reconocido, invisibilizado o muy mal pagado. Pero estas colectivas y organizaciones tampoco nos hablan de alternativas para un futuro mejor. A través de su organización están siendo ya una alternativa para afrontar la crisis presente, se están fortaleciendo para la futura crisis económica que vendrá (o quizás que ya está aquí). Están aplicando formas de cuidado radical de las cuáles nos podríamos beneficiar todas.
La idea de cuidado radical (Hobart y Kneese, 2020) propone que cada persona se encuentra en un complejo y único entramado de vulnerabilidades y violencia, en base a estos se debe actuar, pero también nos llama a no entender a la persona como un individuo aislado que debe sortear sus problemas y necesidades sola. Si nuestras vulnerabilidades son estructurales la persona no puede resolver las mismas por su cuenta, el cuidado radical es por lo tanto comunitario, es una estrategia colectiva que nos permite reconocer y hacer frente a la violencia. No hay una sola fórmula de éxito, es necesaria la diversidad y pluralidad de respuestas, donde todas podamos encontrar un campo de acción en el cual nos sintamos identificadas y representadas. Muchas de estas colectivas están en constante conversación entre ellas y con decenas más que no hemos alcanzado a mencionar en el presente texto. La experiencia en territorio de cada una de ellas genera espacios seguros y empáticos para las mujeres migrantes, indígenas, trabajadoras remuneradas del hogar; cada una se concentran en violencias específicas, pero se juntan en el modo de pensar y trabajar por soluciones.
Si bien este texto celebra el trabajo realizado por las instituciones nombradas, no romantiza el mismo. Se debe reconocer que su existencia ocurre porque entre las medidas económicas anunciadas por el gobierno a lo largo de marzo y abril de 2020 no se ha encontrado todavía ningún esfuerzo específico para no reproducir las desigualdades de género históricas en el país. Las colectivas feministas han trabajado desde siempre con la idea de que algún día ya no sean necesarias, con la esperanza que los gobiernos no sean los primeros en vulnerar los derechos sino que sean los garantes de los mismos. Ya en el 2013 la OMS había manifestado a través de un informe que “la violencia de género es un problema de salud global de proporciones epidémicas”. Fer, Paolina y Lenny nos afirmaron que cuando termine el aislamiento seguirán trabajando desde el feminismo y cada una en su campo, lo de hoy es una adaptación a la emergencia y nuevamente un llamado de atención a las inequidades económicas y de género construidas en nuestro país. Las alternativas ya existen, está en nosotras fortalecerlas y revindicarlas.
*Si quieres hacer donaciones a las colectivas de las cuáles hemos hablado en este texto en esta galería encontrarás más información. También encontrarás líneas de ayuda y datos de vital importancia para hacer frente a la violencia de género en medio del confinamiento.Galería