Elizabeth Durazno
La gente dejó de cultivar la tierra y de criar a los animales como lo hacía antes pues la empresa minera ofreció trabajo, educación y casas comunales. El desarrollo nunca llegó, el río se empezó a secar y una laguna desapareció. Elizabeth Durazno sabía que si protestaba sería despedida de la empresa minera en la que trabajaba, pero a esas alturas ya no le importó. Se cansó de ver cómo su comunidad, Río Blanco, era destruida poco a poco, primero fue la destrucción social, la división, después la afección a los páramos. Fue la rabia, la rabia que sentía al ver que la empresa minera seguía mintiendo la que le hizo decidir a ELizabeth que ya no callaría más. Desde entonces organiza protestas, pinta letreros que dicen “fuera chinos de nuestra comunidad”, hace vigilias, y también ha sufrido violencia e intimidaciones de parte de la empresa minera y de miembros de la comunidad que sí están a favor de la minería.
Con el tiempo se unieron a la resistencia más comunidades, colectivos, activistas del campo y la ciudad. En ese proceso se le ocurrió crear una organización de mujeres a la cual llamaron Sinchi Warmi “ingresamos a Ecuarunai, somos parte de esa organización y no tengo vergüenza ser auto identificada como indígena”, dice Elizabeth con el rostro firme, "por nuestras venas corre sangre de nuestros compañeros de las organizaciones indígenas”. Sinchi Warmi nació para demostrar a las mujeres que sí existen otras alternativas económicas más allá de la minería, ahora trabajan en un emprendimiento Warmi Muyu o Mujer Semilla con productos hechos por ellas: aretes,collares y tejidos; y también sus “montecitos del campo”, como dice Elizabeth . Esta organización está abierta, no sólo para mujeres de su comunidad, si no para todas las que deseen unirse.
Bélgica Jiménez
Antes de presentarse con su nombre, ella dice de dónde viene:” de la comunidad la dolorosa perteneciente a la parroquia de Ludo,cantón Sigsig, provincia del Azuay” . Bélgica Jiménez, coordinadora de la Red Agroecológica del Austro, se define como orgullosamente campesina, que ha nacido y vivido en el campo y que de ahí no piensa salir. Tiene 48 años y una larga trayectoria de lucha que empezó cuando tenía 18. Quería ser catequista pero de esa iglesia que en sus tiempos era una iglesia “viva” como dice ella,”no como la de ahora: opresora, amiga del dinero”. Su papá no quería porque según él, Bélgica iba a conseguir novio, “clarito está que se equivocó”, dice riendo, “porque hasta ahora no tengo novio”. Su papá también decía que se volvería resabiada, pero en eso sí tuvo razón: resabiada es hasta ahora.
Recuerda con absoluta claridad a su profesor que, en la escuela, explicaba cómo los españoles mataron a sus hermanos indígenas. Eso, dice, le hacía arder el corazón, se sentía en rebelión. Desde entonces tiene un sueño que aún no logra cumplir: ser parte de la Ecuarunari. Bélgica cuenta que escuchaba a sus papás quejarse cuando volvían de las reuniones de la comunidad y ella se moría de ganas de ir, de participar, siempre quiso involucrarse en la minga, en los procesos del acceso al agua o la luz, pero sus papás no le dejaban.
De todas maneras, con el paso del tiempo, fue involucrándose poco a poco porque le encantaba “poner palabra” como ella dice: discutía con los técnicos, con los curas, con quien fuera necesario. Una vez quisieron nombrarla presidenta de la comunidad pero por alguna razón no estuvo presente y se truncó. Sin embargo, a los 22 años ya era representante de un pequeño grupo de agroecológicos de la comunidad. Para Bélgica la lucha ha sido dura, le ha tocado salir de la casa a escondidas, a veces hasta ahora lo hace. Piensa que los roles de género no son reconocidos ni respetados por igual porque lo ha vivido en carne propia: “cuando mis hermanos salen a trabajar así lleguen borrachos no les dicen nada, a mi siempre me están cuestionando, no se diga en la sociedad“.
Recuerda esa vez que la excluyeron de la comunidad por negarse a dar de comer a los técnicos del agua porque llegaban al mediodía, sólo a comer y a veces hasta desperdiciaban la comida y no hacían bien su trabajo. “Cuando voy a la ciudad, a mi no me regalan nada, si no tengo 15 centavos no puedo usar el baño y a mi no me pagan sueldo”, dice Bélgica llena de convicción. Al final, lo que hizo fue preguntar al director de los técnicos, delante de toda la comunidad, si era obligación darles la comida, él dijo que no. Dejaron de darles de comer a los técnicos y estos tuvieron que cumplir con su trabajo. ¿Viste?, le dijo Bélgica al presidente de la comunidad. Ahora lo cuenta con una especie de sonrisa triunfal.
Actualmente es coordinadora de la red agroecológica del Austro que abarca alrededor de 26 organizaciones, trabajan en capacitación sobre producción, comercialización y asociatividad. Bélgica cree que: “el rol de las mujeres debe ser valorado y reconocido porque las mujeres tenemos shungo de warmi, porque la tierra es warmi, la naturaleza es warmi. Las mujeres podemos dar vida aunque yo no haya dado, porque nosotras amamos de una forma tan convincente, estamos convencidas de que debemos cuidar, amar la naturaleza de shungo sin químicos ni pesticidas”.
Ayni Shunku
Karina o Ayni Shunku, como ella se autodenomina, se presenta en quichua porque para ella está bien bonito reconocerse del páramo para hacerle contra al poder. Sus padres son del pueblo Kayambi pero migraron a Quito para olvidarse del ser runa,ahí nació ella. No querían que sus hijos y nietos sufrieran la misma discriminación y racismo que ellos. Pero la vida le devolvió a sus raíces, a donde ella dice que debe estar. Fue en el 2000 cuando el grupo de danza andina al que pertenecía iba a presentarse en el parque de El Arbolito en Quito.Tenía 14 años, y precisamente ese día se dio un levantamiento indígena, llegaban comunidades de todo el país. Ahí aparte de ver toda la organización, solidaridad y la forma en la que lo arriesgaban todo, le llamó la atención un grupo que usaba la misma ropa que sus abuelos. Se puso a investigar y descubiró su origen.
Ha sido parte de procesos de lucha en el Cotopaxi y en el pueblo Saraguro, donde vivió durante 8 años. En el 2015 fue encarcelada cuando el pueblo indígena volvió a convocar un levantamiento. Para ella esa fue una bonita experiencia el compartir con las mujeres privadas de la libertad, dice que ahí, en la cárcel no están las que deberían estar.
Karina cree que dentro de las ciudades es duro reconocerse como mujer indígena porque te enfrentas a muchos tipos de discriminación.Primero por ser mujer, después por tu origen indígena y tercero por ser parte de la clase trabajadora. Por desgracia, el sistema capitalista obliga a las comunidades a migrar a la ciudad, “podría ser fácil ponerse cualquier ropa, el trato es diferente, yo he hecho esa prueba, con cualquier ropa me tratan distinto” dice.
Habla de los roles de género, asegura que para las mujeres es mucho más difícil por ese papel reproductivo que ha impuesto la sociedad relegando a las mujeres a ese espacio más o menos privado.”Para nosotras, que somos madres, solo podemos seguir haciendo la lucha porque hemos decidido ser madres solteras y porque a nuestros hijos de alguna manera les hemos acomodado a la dinámica de la lucha, es decir, vamos jaladitas las guaguas desde chuiquitos y ya cuando están grandes nos apoyan”, dice Karina.
Para ella, el papel que otorgan a las mujeres casi siempre es secundario pero fundamental. Por ejemplo, en la paralización que se dio en octubre en Ecuador, eran las mujeres las que estaban a cargo de la logística, de la alimentación y de cuidar la salud de quienes iban a primera fila a resistir la represión, “sin nosotras no había paro” afirma, “nosotras sostuvimos el paro, mientras los compañeros estaban en tarimas haciendo uso de la palabra”. A pesar de que se logró derogar el decreto 883, Karina menciona otros temas por los que los compañeros no luchan y que son fundamentales para los derechos de las mujeres, como el aborto, pues en las comunidades los índices de violación son muy altos: “entonces hay jovencitas teniendo que ser mamás, sería bueno tener voz para reclamar esto” dice Karina. Tras la paralización de octubre, muchas mujeres del movimiento indígena fueron encarceladas, mujeres que pusieron la vida de sus hijos porque las mujeres sí, van con sus hijos, sus ancianos, con todo.